domingo, 24 de abril de 2022

La batalla que los Croydon le ganaron a los zapatos chinos

La batalla que los Croydon le ganaron a los zapatos chinos: El paisa Juan Carlos Restrepo rescató la empresa de la quiebra y con las machita de caucho y la copia del Converse es la marca de zapatos nacionales más importante

sábado, 22 de junio de 2019

CUANDO LA FANTASÍA VIVÍA EN CARTAGENA

Corre, corre, me apuraba Guillermo; ya va a empezar… Subíamos, de dos en dos, los escalones que separaban nuestro apartamento del de Amina. Las campanadas de las siete eran la invisible batuta que le ordenaba cantar. La oímos un día, por casualidad, y sin entender ni una de sus palabras, quedamos atrapados en el dulzor de la música. Entre los dos cargábamos quince años. No sabíamos nada de armonía, pero estábamos seguros de haber estrenando una emoción que humedecía los ojos. Tal vez hicimos ruido o escuchó el acelerado palpitar de nuestros corazones porque abrió la puerta y nos invitó a entrar. Nos contó que había huido del Líbano por culpa de la guerra. Háblanos de esa guerra, me atreví a pedirle. ¿Cómo son las armas?, intervino mi hermano, ¿alfanjes, cimitarras, cañones? "Mejor hablemos de otra cosa. ¿Les gustan los cuentos?” Sí, respondimos entusiasmados. “Entonces vengan cuando quieran”. 
Todos los días nos narraba una aventura. Hoy pienso que las inventaba porque nunca la vimos leyendo. Con su voz mágica nos transportaba al desierto, al oasis, al intrincado laberinto de un mercado persa, a la enorme tienda de una tribu nómada. Cuántas veces nos hizo repetir la palabra tuareg. Tuaregs, decía, son hombres azules que se tapan la boca por miedo a inhalar espíritus malignos. Suspendía el relato en el momento más álgido. “Mañana sabrán el final”. ¿Mañana?... Qué lejano nos parecía. Ensayábamos todas las marrullas pero ningún ruego ablandaba la terquedad de esa nueva Sherezada. Todavía añoro el sabor del quipe, los caramelos de arroz y el brillo azul de sus pupilas. Esa mujer vino de tierras lejanas a poner los cimientos de nuestra fábrica de ensueños.

En casa nos esperaba el desayuno de la abuela que escondía en la cocina los sabores antioqueños. Se burló cuando le dijeron que en Cartagena debíamos comer bollo de yuca, bollo limpio, huevos de iguana, camarones y cangrejos. “Qué bollos, ni qué nada, esas porquerías jamás las probarán mis nietos”, decretó implacable. No contaba con la curiosidad del par de ovejitas, como nos llamaba. Mamá le pedía que no nos alcahueteara, pero ella se limitaba a recordarle que éramos niños. Nos dejaba transformar las camas en navíos enormes: las sábanas eran olas, las toallas pendían de las lámparas ondeando como velas, cualquier olla servía de timón. ¡Rumbo a Sumatra!, gritábamos en coro. Sufrimos ataques de piratas, de ballenas, de tiburones martillo. Sabíamos, por Amina, que Poseidón vivía en el mar, pero nunca pudimos verlo. Al atardecer los padres nos ordenaban regresar a tierra. 

Otro distribuidor de fantasía fue Ramón, un anciano apacible que fracasó en el intento de enderezar la espalda y aceptaba resignado el mote de Quasimodo. La bondad se hospedaba en sus ojos y era tan dado al abrazo que ¿cómo no amarlo? Asumió encantado el papel de abuelo: nos consentía y regañaba como si en verdad lleváramos sus genes. Una mañana, después de que nuestro gato, Mateo, murió atropellado por una carreta, llegamos corriendo a su librería de la Boca del Puente. Entre sollozos mi hermano le dijo: “Tú, que lo sabes todo, aclárame una cosa: cuando una persona muere, si fue buena va al cielo y si fue mala va al infierno, ¿no es cierto? Entonces, ¿a dónde van los gatos?” Me parece verlo rascándose la cabeza. “¡Echeee, este pela’o es un teso!”. Dio una explicación muy rara sobre no sé qué del alma y nos abrazó tan fuerte que la tristeza se escabulló sin hacer ruido. 

Entre la lentitud de las semanas lograron colarse los años. Nos faltaban muy pocos para ser grandes y ya habíamos desvelado los secretos de las letras. Ahora sólo el hambre podía alejarnos de la librería de Ramón. Íbamos en las tardes, al salir del colegio. Ese local oscuro y desordenado era la cueva de Alí Babá, donde aprendimos a decir “Ábrete sésamo”. No había cofres con joyas, pero de cada anaquel salía un genio disfrazado de libro que prometía eliminar todas las fronteras si le acariciábamos las tapas y nos adentrábamos en los misterios de sus páginas. Ramón toleraba que los lleváramos a casa, con la condición de devolverlos pronto y sin rayones. Cumplimos a cabalidad el último requisito.

Todos los domingos, en el balcón que le coqueteaba a la bahía de Manga, cuatro ojos repartían sus miradas entre el alegre chapotear de las gaviotas y las hileras de palabras que pugnaban por salir a contar su propia historia. Acariciados por la brisa seguimos las peripecias de Robinson Crusoe, viajamos al centro de la tierra con Julio Verne, fuimos mosqueteros en Francia, arqueros de Robin Hood y vimos conmovidos cómo Guillermo Tell partió de un flechazo la manzana que el tirano puso sobre la cabeza de su hijo. Se atravesaron, sin hacer alarde, novelones de lágrima, como Romeo y Julieta y la Dama de las Camelias. No eran lo nuestro; las hormonas aún dormían plácidamente. 

Nuestra íntima relación con la felicidad se truncó un nefasto día de noviembre, cuando papá, sin mediar explicación alguna, dijo que volveríamos a Medellín. La noticia nos cayó como una bomba. Guillermo me miró y su terror se mezcló con el mío. Nadie entendía qué había pasado. No tuvimos valor para despedirnos de Amina, de Ramón, de los amigos. La playa fue la única testigo de nuestra angustia. Lloramos tanto que, pueden creerlo, esa noche hubo mar de leva. 

Mercedes Guiomar Arango Gonzalez 
“Amigos Creativos”, Biblioteca Pública de La Floresta, Medellín.

SÍ, ESTOY LIBRE

- Señor, déjeme hablar...

- Usted tiene aire de no haber barrido una baldosa en la vida. Mírese las manos. Yo necesito una mujer fuerte, acostumbrada a limpiar mugre ajena; que no sienta náuseas al lavar un inodoro. Pida trabajo en una peluquería, o en un burdel. Porque, todo hay que decirlo, es muy bonita. 

Susana sintió que la furia la empujaba hacia la calle. Hubiera querido asesinar a ese infeliz. Renegó de los pensamientos optimistas que la acompañaron en la mañana, cuando salió a buscar empleo. En la fábrica de confecciones, en la panadería y en el supermercado la rechazaron, con justa razón, por no estar capacitada. El manejo de máquinas planas, batidoras de masa, registradoras computarizadas no hacía parte del pensum de Sociología. “Me lo tengo merecido por cobarde. Debí escupirle la cara”.

No podía definir si era el calor, la rabia o el hambre el culpable del sudor frío que corría por su espalda amenazando con empaparla. 

La tarde se había vestido de luto; la luz desganada de las lámparas era incapaz de romper la penumbra. Susana observó que los portales se abrían paulatinamente para permitir el acceso de incontables parejas deseosas de amarse durante la eternidad de un rato. 

Miró a lado y lado, avergonzada por los ruidos que salían de su estómago. El hambre le lanzaba zarpazos cada vez más fuertes, y, como una autómata, se recostó en la desvencijada puerta de un antro de mala muerte. Intentó fisgonear pero la luz mortecina que reinaba en el interior convertía en sombras las siluetas de los moradores. Una gastada voz femenina tarareaba un tango: “Cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer secándose al sol [ ] verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa, yira, yira…” Alguien sentía, como ella, el enorme peso de la desolación. 

Empezó a caminar sin rumbo. Las esquinas parecían encrucijadas terribles. Quiso devolverse. Podría ser una sombra más en la neblinosa casa donde se hospedaba la nostalgia. Sí, allí sería fácil desaparecer. 

Había dado unos pocos pasos cuando oyó que la llamaban desde un lustroso automóvil: 
- Preciosa, ¿esperas a alguien?
- ¿Me habla a mí?, preguntó Susana.
- Sí, a ti, muñeca. ¿Estás libre?
¿Libre? Qué palabra tan idiota. Nadie es libre, pensó con amargura. ¿Cuál era su libertad en este instante? ¿Morir de inanición?

El brazo que salía por la ventanilla del carro hacía señales apremiantes y tenía que decidirse; no era el mejor momento para dejarse enredar por la filosofía. La necesidad de comer la jaloneaba. A la mierda los melindres, el dolor de la orfandad, los planes fallidos. Sí, estoy libre, le gritó al desconocido, dispuesta a desaparecer en la negrura de la noche. 

Mercedes Guiomar Arango Gonzalez
"Amigos Creativos", Biblioteca Pública de La Floresta, Medellín.


domingo, 9 de junio de 2019

EL PALO


Ya sabia que ibas a encontrar un montón de “Monumentos al Palo” en tu recorrido por las tierras del viejo continente, pero imaginé que podías diferenciar pues no pueden existir “palos” de tales envergaduras, tan largos y puntudos, contrario al nuestro que es de tamaño moderado, humilde, enclenque y casi raquítico (comparado con aquellos) pero que sí representa el verdadero “palo”. Trataré de demostrarte que los copietas son ellos, que como todo tiene que ser más tamañudo que lo nuestro, copiaron mal y la historia les reclamará tal adefesio, pues magnificaron algo que no se podía sobredimensionar.

Cuando Gonza y Yo estábamos lo suficientemente grandes para dejarnos salir y muy pequeños para trabajar en el café, nos permitían ir de vacaciones al Comino, vereda en las faldas del Cancharazo donde tenia finca Joaquín Madrid, quien procreó con doña Rita entre otros a Esperanza (Mi hermana según los lengüilargos de los Giraldos), Ligia y Julio ( Alias Pate-rana porque tenía los dedos de los pies pegados). Un Domingo en la tarde nos empacaban el equipaje: ropa, tenis, jabón, galletas y confites de regalos y tabacos para el viejo Joaco, nos montábamos en mulas enjalmadas que en la mañana habían traído panela al pueblo y rumbo al comino, donde llegábamos en la noche cansados, sudorosos, con peladuras hasta en el alma y en una oscuridad que aterraba; a punta de velas nos iban dando de comer comida extrañas y a dormir, previa miada en la huerta, para tener luego miada en la cama.

El paseo en sí era muy bueno: paseábamos a otras veredas, montábamos a caballo, jodíamos con vacas, se arreaba ganado, se ordeñaba y encerraba, cortábamos caña, se limpiaban eras, se hacía y comía el quesito más delicioso del mundo con arepa y chocolate espumoso, sancocho y frisoles ventiados, mejor dicho: era la dicha, pues no se estudiaba, no se trabajaba en el café, solo se vivía al día, sin afanes, sin tiempo que medir. Lo único maluco eran las noches por la oscuridad, la lluvia, la miada en la huerta y lógicamente la miada en la cama.

Andábamos descalzos y no nos bañábamos, lo grave era cuando mi mamá por el internet de la época (Un correo de mulas que iba una vez por semana, por esos caminos entre Yolombó y Amalfi) nos enviaba el mensaje donde urgía nuestra presencia a su lado. Y porqué grave? Pues porque había que arreglar la mugrienta ropa, bañarnos de cuerpo entero y meternos en una poceta con agua a remojarnos la roña de los pies para irla raspando con estropajo o pedazos de teja; esta tarea la terminaba doña Berta en el pueblo con jabón de tierra, de pino, trapos, medias, pellizcos y cantaleta ventiada.

Pero el cuento viene a que en casa de Joaco, había una pieza separada de las demás por un cancel (Pared de tablas) que se llamaba la Pieza de los Místeres, pues era común que por los pueblos y veredas anduvieran personajes extraños en el vestir, caminar y hablar que vendían toda clase de cachivaches, mentiras e ilusiones; eran bien vestidos, altos , ojos claros y en enormes maletas cargaban cortes de tela, hebillas, espejos, hilos, peinillas, peinetas, prendedores, pañoletas, mantos y mantillas, libros de poemas, lápices y bolígrafos, estampas de la virgen, novenarios, postales, láminas de mujeres y hombres apuestos, jabones Reuter, Palmolive y Paramí, calendarios de Pielroja, encendedores, almanaques Bristol, confortativo Salomón, vitaminas, matarratas, matamoscas para el ganado y en fin todo aquello absolutamente innecesario para la pobre y parca vida del campo, pero que la fantasía fue capaz de inventar. Generalmente dejaban cuentas pendientes y con ellos se encargaban cosas para el próximo viaje: tijeras, destapadores, desodorantes, perfume Pachulí, sacacorchos, sombreros, medallas, escapularios y muchas cosas más. Dejaban además, muchachas enamoradas, cuando no preñadas, jóvenes que se quedaban suspirando y ansiando el regreso de la estampa de hombre que las había deslumbrado. Para no diferenciar su origen se llamaron con el nombre genérico de Místeres y en la pieza que te comente eran hospedados mientras vendían y cogían fuerzas para alzar sus maletas e ir a otra vereda.

En casi todas las casa había una pieza de estas y aun en las del pueblo; al cabo de los años nos dimos cuenta que eran unos estafadores que iban tras las morrocotas de oro, los virgos, el poco dinero guardado en caletas y por nuestros secretos de la tierra, nuestras costumbres, leyendas y sobretodo los monumentos que teníamos a los dioses o a los paganos, a los próceres y aún a nuestras nobles partes como el Palo.

Comprendes ahora porque hay múltiples monumentos al Palo en el mundo?
Solo en estos últimos años se habla de la Globalización de la Economía, los Yolombinos logramos hace muchos años la globalización del Palo y su Monumento!

Jorge compró reloj, cuando se lo vi, creí que un meteoro había caído sobre su mano y pretendía estriparlo o que era una temible tarántula pegada a su cuerpo; saqué el machete dispuesto a dar una dura batalla, para defender a mi niño; tuvo que explicarme que esa estrella de mar era un reloj con infinidad de tornillos alrededor, para todo lo imaginable: Tu espichas tornillo a tornillo y puede aparecer: la hora, minutos, segundos, el valor del dólar, fecha, luz, música, el día, la semana, faz de la luna, estado del tiempo, año, nacimiento del dueño, descubrimiento de América, independencia de Indochina, 20 de julio inmarcesible día, nacimiento de Jesús, José y María, ultimo clásico Dim 3 Nal 0, número de votos de Pastrana, las letanías, en qué está el chance,… mejor dicho esa molleja tiene más información que Rubén y Diego juntos, y sabes a qué me refiero.

Pensé que si dormía con él y se volteaba, le cogía ventaja y al suelo se iba, pero que va: no pesa nada el maldito, Yo solo atiné a decirle mientras guardaba el machete, un palo de escoba y el martillo, con los cuales trataba de matar el animalejo:

- Disfrútelo mijo…
- No vaya a salir d’el…
- Es una joya…
- Diga que es Alemán y ya no se consigue…

Yo siempre me acosté como preocupadongo y a media noche me despertó, digamos un terremoto: ruidos, truenos, luces intermitentes, bulla…, pensé: el fin del mundo, nos invadieron los marcianos.. me levanté otra vez de machete en mano, en calzoncillos, descalzo (que oso) y me encontré al Jorge bregando a apagar ese platillo volador que Él jodiendo por aprender a manejarlo, lo había puesto a despertar. Logró apagarlo a la media hora y creo que no fue metiéndolo al inodoro porque el maldito, para acabar de ajustar es WATER PROTECTOR Y LUMINATOR.
Jorge, yo creo que para consolarme, me dice que todo el mundo se lo admira y le preguntan dónde lo compró. 

Sigue disfrutando, para que tengas historias que contar, que es la parte buena de la vida…
Otra vez Pitupato y de nuevo, entre a la iglesia.

Néstor Giraldo Macías
Medellín, 15 julio de 1998

jueves, 9 de mayo de 2019

FIESTAS RELGIOSAS EN YOLOMBÓ


En las fiestas religiosas de gran caché: 40 horas, Corpus C., Sagrado Corazón de Jesús, San Lorenzo y otras, había una manifestación de fervor religioso que sobrepasaba cualquier rito, y era la PROCESIÓN CON EL SANTÍSIMO.

Después de un montón de rezos y cánticos en latín, cogía el Padre Mejía una custodia de oro con grandes piedras preciosas y envuelto en capas para la ocasión , comenzaba un recorrido por las naves del templo, bajo el Palio que portaban las honorables autoridades civiles y militares de la parroquia, entre quienes se mezclaban: Azarías, Jesús Agudelo, Marañas, Víctor Cardona, Rafael Castro, (mejor dicho, los de la hora Santa) y delante del Palio caminando de pa'tras para no darle la espalda a Jesús Redentor, iba el Reinito, que al igual que los anteriores tomaba un estandarte con pañuelos blancos y de cuya parte superior salían unas cuerdas que terminaban en borlas que a su vez eran recogidas con cariño por las señoras prestantes de la alta sociedad, todas de riguroso vestido negro y arreglo floral en las manos, de ese grupo alguna vez hizo parte tu mamá, Doña Celsa, Blanca y Soledad Vallejo, Misiá Toña, María Ospina de Noreña, más tarde de Ospina (Almacén Moden), doña Nina y algunas otras que van entrando al terreno del olvido.

La procesión era una fiesta:
- Sonaban las campanas de la torre.
Sonaban las campanas de los monaguillos.
Sonaba e órgano de Manuel Sisquiarco a todo taco.
Cada uno de los feligreses rezaba lo que se le ocurría.
Un asistente de la parroquia entonaba cánticos y pretendía que lo siguiera la feligresía.
Los presentes, de rodillas, giraban a medida que el Palio y el Santísimo da la vuelta a la iglesia, para no darle la espalda.
Incienso ventiado, humo y olor agradables que nos transportan al cielo.

Esa bullaranga terminaba cuando el Padre depositaba la custodia en el altar y se revivía con más ánimos cuando con ella nos daba lentamente la bendición y uno se hechaba una tras otra todas las bendiciones del mundo mientras duraba el episodio y quedábamos hasta de aureola.

Marañas era un viejo de apellido Lopera, familia procedente de las Camelias, pero residente en el Retiro, era el fontanero del Municipio y como tal se mantenía con una llave de expansión al hombro y un interminable cigarrillo Victoria en la comisura de sus labios. El viejo era intrascendente, pero alguna vez por El Retiro abajo (Calle Zea), al frente del hospital, comenzó a salir un agua por entre las endijas del pavimento y el viejo muy acertado, pensó que se había reventado un tubo del agua en alguna parte entre el hospital y plaza vieja. Allí se oyó por primera vez la expresión:

-Un tubo tuvo la culpa...
-Cómo le parece el problemita?
Pues el Señor ingeniero nos descrestó. Salió con un estetoscopio de chimbirilaco larguísimo, que se puso en los oídos y lentamente comenzó a auscultar el pavimento y a decir: por aquí va...

Al viejo no le faltaba sino la bata blanca para ser un Doctor de verdad, la manifestación aumentaba a su alrededor y en completo silencio como Él pedía, esperábamos el resultado que salvara al enfermo pavimento y cuando decía "por aquí va" soltábamos la respiración contenida y con gritos de júbilo casi levantábamos al hombre por los aires y hacíamos la ola; las Señoras de las casas vecinas le ofrecían agua, tinto, jugo y hasta gaseosa, pero el man imperturbable no se dejaba distraer de su importante trabajo. Muy arriba y al cabo de varios días apareció la avería y se disolvió la feria que ya tenía toldos para vender fritanga, vendedores de medallas, escapularios y estampitas de santos, músicos (Lugy, cotoño, pierro, nando y el resto de la barra), hippys vendiendo maricadas. 

Viendo la devoción por ese falso médico, tal vez me nació la mía por la medicina; cómo sería la romería con un M-D de verdad cuando hiciera una cirugía también de verdad?. Por ahí voy encontrando las señales que me hizo el Creador para forjar mi destino. O sea que Don Marañas, fue mi profeta MARAÑAQUÍAS.

Néstor Giraldo Macías
Med, marzo 98

martes, 2 de abril de 2019

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ 5


Fincas y haciendas del recuerdo

Fernando Alzate Gómez, propietario del periódico TRIBUNA DEL NORDESTE, me está haciendo bullying, matoneo e incluso acoso laboral. Quiero dejar constancia que es más bien corto con sus obligaciones salariales o, al menos, debería pagarme mayores honorarios a los ofrecidos, pero que le vamos hacer: ¡al mal tiempo buena cara!

El señor director de este espacio periodístico se ha vuelto reiterativo conmigo al decirme que escriba más corto, que no cuente tanto detalle, que guarde “cositas” y no agote temas para columnas venideras y que se me acabará el repertorio para futuras ediciones.

Como me gustaría atender sus requerimientos pero al sentarme y comenzar a escribir sobre LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, no veo el inicio, ni el fin de los recuerdos que, en el atardecer de mi existencia, quedan en mi memoria plena de nostalgia como testimonio vivo de los bellos tiempos vividos en mi amado Yolombó. Desearía nombrar a cada uno de los yolomberos que están inmersos en lo más profundo de mi alma, pero ya saben quién es el culpable de esta involuntaria omisión.

Con una ligera mención citaré unas pocas “fincas” o” haciendas” que por diferentes circunstancias se me vienen a la mente en estos momentos: “La Felicia”, finca de Alfonso Gallego Echeverri, y según el historiador y filósofo yolombino, doctor Julio César Arroyave de la Calle, en su obra “Tradición y leyendas de San Lorenzo de Yolombó”, en los años cuarenta era el lugar donde recibía los “cachezudos” paseos de la época, finca que disfrutaron mucho sus hijas mayores, hace tiempos y al pasar al frente de la casa, la cual era de balcón, detrás de la puerta de ingreso a ella permanecía adherida una constancia de revisión de higiene y figurando como propietario mi papá, nostalgia y de la buena”.

“El Vesubio”, allí vivía la familia de Ricardo Barreneche González, esposo de Gabriela Gómez, quien entraba a mi casa a saludar a mi mamá al pasar para la iglesia, familia apreciada y bonachona, que viajó a Medellín; sin pensar que uno de sus hijos, Ricardo Barreneche Gómez, se convertiría en un popular y reconocido martillo en los remates del país y, aún del exterior, que lo hace sonar en exposiciones de equinos y vacunos, al igual que en obras de arte.

“El Rubí” de Jesús Álzate, hombre luchador, negociante y buen hacedor de fortuna; mi recuerdo hace énfasis en su yerno Benjamín Blandón Berrío, quien fue trasladado como profesor del Rubí a Yolombó y pasó a ser el Director de la “Joaquín G. Ramírez”, además profesor de quien esto escribe, acompañé a Don Benjamín en el traslado de su familia hacia Yolombó, ya que lo podía hacer en los caballos de mí papá.

“La Palmichala” de Ramón Gómez G. y de Rosario Yepes y luego de Nepomuceno y Eva Morales. Aún veo sus amplias corralejas, agradable casa de color rojo, la ternerada en encierro y la vacas preparadas para el ordeño; recuerdo llevar vacas de mi padre que, en edad de merecer, eran servidas por el toro, con temporada incluida para que parieran y, una vez sucedido el alumbramiento, las llevaría a la manga de mi casa para reemplazar las vacas de destete que, por escasez del pasto y de toro teníamos que acudir a los servicios de los Morales.

“El Ingenio” de Próspero Barreneche González y Pepa Rivera, su esposa, la más visitada en vacaciones porque era frecuentada por gente que bajaba de Medellín y de otros lugares a divertirse. sobre, los hijos del dueño se les veía en el jeep Willis y en caballos, las parrandas eran de tiro largo, poseían una casona con capacidad de albergar mucha gente; no puedo afirmar ni negar si eran ostentosos, pero sí eran Barreneches, es decir todo lo contrario; en cierta oportunidad veníamos del corregimiento La Floresta que se encontraba de fiestas, de ahí algunos fuimos invitados, no recuerdo sí era Horacio o Luis Guillermo, continuamos tomándonos unos tragos y hablando sobre Yolombó, veo muy atenta a Isolina Eisman, entre otros, hubo cama para cada uno, los Barreneches Riveras tienen el don de relacionarse bien y manejar amistades prestantes, El bacán de Luis Guillermo, se sobró en atenciones y derroche de amistad en dos oportunidades que nos encontramos con él en las Islas de San Andrés.

“La Reina” de Carlos Cañas, ubicada por los lados del Cedro, enorme montaje de molienda de panela; en una actividad del “Liceo Aurelio Mejía”, semana liceísta, nos distribuyeron por todo el campo a recoger productos que los dueños de las haciendas donaban al colegio; con mis compañeros de cuadrilla nos tocó recoger los aportes de la familia Cañas Betancur y, la encartada fue de padre y señor mío, tener que echarnos al hombro medio bulto de panela, un racimo de plátanos y otros productos “pan coger” y sacarlos a borde de carretera donde la volqueta del municipio nos recogía, ahí si hubo sudor y lágrimas.

“La Dormida”, propiedad de Oscar Velásquez Marín “El Dormido”, qué imaginación y derroche de “cacumen” para para ponerle el nombre a este predio de Barro Blanco. Como olvidar las “francachelas” y “comilonas” qué nos hacen recordar a “Baco”, con más de una amanecida incluida. Manuelito era el encargado de administrarla, avanzada la noche y con buena dosis de embellecedor encima y, en mi calidad de abogado, en conversación con él, y en voz alta le decía tener en cuenta la hora de irse al descanso, para ser tenido como tiempo extra de trabajo, a la vez le recordaba todos los demás derechos laborales que tenía habidos y por haber, el “Dormi” se reservaba enviarme el madrazo y Manuelito encantado con mi carreta y con el “Porro” obsequiado por Horacio “Síndico”, no podía contenerse de la risa y salía de su timidez, “La Dormida” se convirtió en nuestro lugar de paseo donde destruíamos el aren del gallo, con asado incluido y el siempre infaltable y embellecedor anisado.

A “Santa Ana”, en el corregimiento La Floresta, la conocí cuando era de Rafael Cano “Chicuelo” y luego de mi amigo Arnoldo Cano, máquina de panela de alta producción, anfitriones de primera clase, allí fuimos a pasar una tarde con mis hermanas mayores, es decir con las Gallegos Calle, amigas al igual que Gilberto Vélez Córdoba, mi cuñado, de mucho tiempo de los Cano.

“La Gergona” de propiedad de Pepe Gómez Múnera. Su esposa Maruja Vélez era buena amiga de mí mamá y armaban paseos con las dos familias hasta la finca, en ese entonces era demasiado lejos en razón de transitar por caminos de herradura, nos turnábamos los caballos que disponíamos, máquina de panela movida por la rueda Pelton originada en una caída del agua en cascada, bastante hermosa y provocadora; en mi caso al llegar allá me atormentaba pensar en el regreso, buena gente los Gómez Vélez.

En Yolombó ocurre lo mismo que en los demás lugares de Colombia, no necesitaron ponerse de acuerdo para que las fincas permanecieran en el tiempo en cabeza de sus descendientes:

“Barbascal”, propiedad de Perucho Ochoa, allí debía de llevar algunas vacas de mi papá para ser atendidas por el toro y pastar hasta el parto, repito, las tierras de mi papá en el pueblo debían de servir para mantener no menos de seis caballos de manera permanente, no obstante de contar con el cuido de pesebrera, más dos a tres vacas de ordeño para el consumo de la familia.

“La finca de los Ochoa”, agradable y acogedora, bien ubicada, corrales bien conservados; tengo un recuerdo no muy claro de haberse ahogado un hijo de Jairo González, farmaceuta, cuya familia se encontraba de paseo y en un descuido se cayó al baño garrapaticida. Habrá que preguntarle a “popocho” sobre la veracidad de estos hechos.

“La Trinidad” de Alejandro Molina, para el momento de visitarla se encontraba en proceso de embargo, allí le celebramos la obtención del título de abogada a la Juez de Menores, Clara; la fiesta fue gigante, entre otros asistieron Dolly Peláez, Juez Promiscua Municipal; Diego Tobón Calle, odontólogo; Jairo López, médico; Hernán Gallego Berrío, Secretario del Juzgado del Circuito; Horacio Velásquez Marín, farmaceuta; Elvia Velásquez Marín , esposa de Jairo Gallego, el susodicho; Horacio “Síndico”; Alirio Gómez, empleado de la Caja Agraria; Bernardo Giraldo Macías “Pelea”, comerciante; Judith Barrera Gallego; Gabriel Mesa Agudelo, comerciante. Otros amigos y amigas, pero se me vuelve interminable la cita. Allí desde matada de marrano, preparación de morcilla, sancocho de pezuña, y fritanga incluida. Aunque no contábamos con recreacionistas, los juegos fueron intensos y fuertes; sufrí de ver sufrir a Elvia cuando me cogieron y me introdujeron a un charco, contra mi voluntad y a las malas, sin forma de protestar por haber participado para que a otros les ocurriera lo mismo.

“La Luz” de León Londoño, negociante del Suroeste, buen hombre y mejor persona, nos atendió con marranada, yo estaba con Elvia y además con una amiga entrañable y su esposo, éstos de Medellín, María Teresa Gallego Rico, abogada, esbelta cual gacela, sabía de su belleza, conservo la amistad y con tristeza siento lo duro cómo nos trata el tiempo; en esa marranada estuvo también presente el joven universitario Sergio Ignacio Soto, actual Director de Fenalco-Antioquia, compañero de Guillermo León Londoño Ruiz en la UPB.

Hacienda “El Paraíso”, ubicada en la Estación Sofía, de propiedad de William Jaramillo Gómez y Horacio Aguilar Carrasquilla, el administrador era Guillermo Álvarez “El Pavo”; en varias oportunidades fui invitado a compartir asados y unos deliciosos Old Parr. Estar allí desbordaba mi alegría por la gran cantidad de temas que se hablaban y más aún al contar con la presencia de uno de los hombres que más he admirado, saber de su aprecio hacia este servidor y su nombre perdurará por siempre como un homenaje a su memoria.

“La Primavera”, propiedad de Francisco Gil, quienes vivían arribita de la casa de mis padres en la calle Colombia, finca con mirada única al panorama yolombino, gran productora de leche que era sacada al mercado en canecas cargadas por los caballos, por lo cerca al pueblo fueron agradables los paseos de familia, atendiendo invitación de la señora de don Pacho de apellido Gallego y tía de las Barreras.

“El Cariño”, finca trasformada en barrio del municipio, el sosiego y la calma pasaban allí, que delicia, vivían en ella Antonio Aguilar Carrasquilla, su esposa Maruja Ospina Henao y su prole, me tocaba acompañar al hombre de la cultura teatral, al actor y persona por naturaleza cívica Orlando Cadavid Gallego, buen amigo de Maruja Ospina y yo, un simple admirador de la concentración de tanta belleza, sí había que repetir acompañamiento a Orlando no tendría discusión en hacerlo.

Tantos sentimientos encontrados o contradicciones, nostalgias que hacen arrugar el alma cuando seguimos hablando de ese pasado que se convierte en presente furtivo y, ya se nos vuelve tarde para repetirlo, así recuerdo a la finca “Guamito” de Guillermo Barrera Ochoa, esposo de Rosa María Gallego, padres de mis amigos y amigas moradores perennes en mi memoria. Cuántas y cuántas veces fui allí, en condición de Whatsapp del pasado, acompañando a Darío para llevar razones a los trabajadores o como un simple Servientrega llevando droga para las reses. Casa amplia y de corredores agradables donde nos sentábamos la muchachada de los años sesenta a compartir vivencias y risas, espacio donde el producto bandera de la FLA hacía presencia, aunque las anfitrionas eran poco apetitosas en su injerencia. Cómo anécdota recuerdo un diciembre que se nos agotó el anisado y nadie hacía nada para corregir la emergencia, en forma osada, ya que el exceso de respeto de los Barreras para con su progenitor se les agotó gestión, acudí ante don Guiller, quien de inmediato nos proveyó del valioso liquido; finca productora de ganado y leche, esta era sacada en canecas a una caseta a orillas de la carretera y, era recogida por el carro “El lechero”; en cierta oportunidad Teresita Barrera, Teresita García, Luz Ángela Ocho Agudelo, Gilberto Escobar Pulgarín y quien esto escribe , nos trasladamos a pie , de charco en charco, desde “Guamito” hasta el pueblo, creo que desafiando los medios de transporte o exhibiendo el ímpetu juvenil”.

“Pocoró”, Alfonso Cortés y su esposa Ana Misas, padres de una muchachada alegre y buena gente, veo en un morro una casa amplia color naranja y unos árboles frutales en su entorno, que dicha descansar en esos corredores con Edwin Taborda y Jorge Tamayo, después de cumplir la correría en calidad de “candeleros”, acompañantes o simple solidaridad con el amigo Néstor Giraldo Macías, quien cumplía la misión de visitar a su novia Gloria; nos recibieron con jugo del inolvidable “Moresco”, que según Ligia para la época era un refresco bien estratificado y, la atención en su terruño tiene categoría, para lo cual amenaza en una nueva visita la presencia de Baco con Wiski Old Parr y en cuanto a los jugos será jugo verde preparado por su hermano Alfonso experto en el tema, ah, se escucha un tono mayor y aparece Ramiro reafirmando su lealtad con la FLA argumenta ayudar al pago de los maestros; en el jardín de “Pocoró” se confundían además de Gloria y Ligia, las hermanitas Nora, Beatriz y Patricia.

Inicialmente conocí a “Gualanday” en mi condición de abogado, que tristeza pero la embargué con título ejecutivo, la profesión lo manda, fue rematada y adjudicada a Fernando “Tocayo” Martínez, esposo de Enriqueta Pérez, negociante hábil, buena gente, enemigo de confrontaciones y conciliador por naturaleza, honrado y buena paga, su palabra era sinónimo de escritura; la finca productora de panela de calidad, una ida nuestra allí significaba viudez del gallo; veo la mulada cargando caña y el horno de la máquina en candela; la casa agradable y la atención mejor.

“El Cedro” de Bernardo Valencia Vargas, allí tuve un ganado para producir utilidades compartidas con Bernardo; lo cierto del caso, recuerdo la fiesta que hicimos cuando fuimos a marcar las novillonas, 40 ó 50, la marca era “9ª”, que significaba nueve de agosto, fecha en la cual me casé con Elvia Velásquez, mi esposa de siempre, con esto no quiero decir no ser la misma anterior; recuerdo entre los asistentes a Orlando Orozco “Pichuco”, odontólogo y su señora Marta Montoya; Jairo López, médico; Eusebio Guzmán “El Che” por aquello de haber estudiado en Argentina, preparaba unos asados únicos, médico; Eldy Luz Vásquez, médica; Jairo González, Juez del Circuito; Horacio Giraldo, Síndico del Hospital; Humberto Peláez, abogado; lógico, estaba Elvia Velásquez, mi esposa, no existe reclamos de no sacarla y menos como lo hace mi vecino Eduardo David, que sólo ha sacado a la señora las veces que la ha llevado a la Clínica Luz Castro hoy Hospital General de Medellín, lo cual coincide con el número de hijos que tienen; el estar inmerso en la política, poco distanciaba de las prácticas acostumbradas y, como tal, acababa de recibir en el “Liberalismo Jaramilista” a un activista militante del “ Guerrismo”, adquisición además valiosa por los aportes de seguidores, hablo de mi buen y recordado amigo Antonio “ El tuerto” Cañas, obrero del municipio de Yolombó. Toño quería participar de la marcada de la novillada, bienvenido a mi propio clientelismo político, y sabía que sacrificaríamos un marrano, mejor dicho un cerdo, se ofreció como matarife, no tuve reparo en aceptarlo, el quis del asunto fue que en forma desafortunada le dio la puñalada no propiamente en el corazón, error que fue corregido por los galenos asistentes, quienes no se preocuparon por salvarle la vida al “marrano”, al contrario aceleraron el fin a su existencia; lo de morcilla, asados y sancocho se los dejo a la imaginación. Mi aprecio enorme para Bernardo Valencia Vargas y su hermano Gilberto, hablar de Gilberto y nuestra amistad significaría más de una columna de estas con la respetiva censura del amigo Fernando Alzate Gómez; se me quedan en el tintero: “La Ilusión”, “Quebradona”, “El Rosario”, “La Mascota”, “La Herradura”, “La Gitana”, “Villanita”, “Mulatos”, “La Susana”, “La Siberia” y un montón de etcéteras; otra vez será en LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, porque a mí se me llevaron el espacio para seguir escribiendo. 

Jairo A. Gallego Berrío
jairoalfonsogallego@hotmail.com

miércoles, 20 de marzo de 2019

EL SECRETO DE CARLOTA

Llegó, por fin, a la capilla del lejano barrio bogotano que nunca había sentido sus pasos y respiró tranquilizada al observar la poca concurrencia. Confiaba en su anodina apariencia de otra anciana más, pero, para evitar sorpresas, se sentó en la última banca, muy cerca de la puerta. Por su espalda corría un chorro de sudor frío y el galope desacompasado del corazón parecía el presagio de un infarto. En su larga vida se había visto abocada a muchos riesgos, pero el de hoy no se comparaba con nada: Federico Hernández había muerto. Y había muerto como tenía que morir: por mano ajena. Uno de sus guardaespaldas lo asesinó para ganar la recompensa ofrecida por el gobierno nacional. La familia, casi de manera clandestina, había publicado un diminuto aviso de prensa invitando a las exequias y, por casualidad, como un llamado del destino, Carlota lo leyó. 

“Sí, ya sé –pensaba Carlota- nadie puede saber que voy a ir”. “¿Cómo justificaría mi presencia en el sepelio de un sanguinario guerrillero?” El mayor de sus problemas fue evadir la vigilancia de los porteros de la unidad residencial. Salió por el parqueadero, vestida con tanta sencillez que podía pasar por una empleada doméstica. Caminó tres cuadras y cuando calculó que ninguna cámara de vigilancia podía registrar su imagen, tomó un taxi. Agradeció el inmenso trancón que impedía la fluidez del tránsito, porque le dio tiempo para aclarar sus pensamientos: Conoció a Federico en París, en 1958, cuando su marido le pidió acompañarlo a un congreso mundial de sociedades de prensa. El deseo de contemplar otro otoño en Francia fue más fuerte que el fastidio que le inspiraba Enrique. En menos de un año se había dado cuenta de que no era el hombre probo e inteligente que ella había pensado. Su desencanto tenía ribetes de odio, pero separarse no era una opción. 

Al llegar al hotel Enrique le dejó claro que los asuntos que iban a tratar en la convención eran cosas de hombres y que, durante ocho días, podía dedicarse a recorrer París. Eso sí, le advirtió, nada de visitar tiendas. Ella ni siquiera puso atención al mezquino comentario. ¡Qué alegría tan grande! La mejor época de su vida transcurrió en París, donde estudió Historia del Arte. Recordó con ternura las tardes de verano cuando salía, armada con una cámara Polaroid, a perseguir la belleza. Y qué fácil era hallarla. Sus amigos se burlaban de la pasión que ponía al afirmar que la belleza es un producto de la canasta familiar de los franceses. 

Sin dudarlo un segundo salió a la calle con el deseo de construir nuevos recuerdos en la hermosa Ciudad Luz. En la plaza de los pintores del bohemio Montmartre vio a Federico cuando quería comprar una acuarela sin lograr hacerse entender del vendedor. Carlota supo, por el acento, que era colombiano, y corrió en su auxilio. Ese atractivo joven, alto y con una mirada tan inquisitiva que parecía enmarcada en signos de interrogación, la invitó a tomar café. Pasaron varias horas y la conversación recorrió todos los temas. Él hablaba un francés rudimentario pero lo habían admitido en la facultad de Sociología; cursaba el primer semestre y ya se consideraba un nuevo Mesías. Insistía en que a su regreso al país iba a trabajar duro para combatir la pobreza y la desigualdad. Carlota se emocionó con ese hermoso joven, mezcla de Cristo y Quijote, y le tendió los brazos para no separarse en los ocho días siguientes. Le dejó un recado a Enrique en la recepción del hotel, diciéndole que iría a Chantilly, a visitar unas queridas amigas de universidad.


La misa empezó y Carlota sintió una abrumadora sensación de soledad. La voz del cura se ahogaba con el ruido de los rayos y centellas que hacían parpadear las lámparas. Parecía que todos los elementos se habían confabulado contra la extraña ceremonia, porque la lluvia se convirtió en diluvio y el agua empezó a filtrarse con furia por las rendijas del destartalado techo. Lamentó que su fe se hubiera extraviado en las páginas de tantos libros, porque ahora no podía implorar la compasión de ningún Dios. ¿Compasión para quién? Federico ya había ingresado a la eternidad y a ella le llegaría muy pronto el turno para lanzarse al vacío. 

Su marido, eterno iluso, se había enamorado de una jovencita que bien podría ser su nieta. Carlota estaba segura de que era su primera infidelidad, pues ni para eso había tenido imaginación. Ella le llevaba medio siglo de ventaja en esas lides. Pensó en Manuel, su único hijo, y la vida dejó de dolerle: Sólo tendría que mirarle los ojos para recordar esos gloriosos ocho días en París. 

Mercedes Giomar Arango Gonzalez 
“Amigos Creativos” Biblioteca Pública de La Floresta, Medellín.