Fincas y haciendas del recuerdo
Fernando Alzate Gómez, propietario del periódico TRIBUNA DEL NORDESTE, me está haciendo bullying, matoneo e incluso acoso laboral. Quiero dejar constancia que es más bien corto con sus obligaciones salariales o, al menos, debería pagarme mayores honorarios a los ofrecidos, pero que le vamos hacer: ¡al mal tiempo buena cara!
El señor director de este espacio periodístico se ha vuelto reiterativo conmigo al decirme que escriba más corto, que no cuente tanto detalle, que guarde “cositas” y no agote temas para columnas venideras y que se me acabará el repertorio para futuras ediciones.
Como me gustaría atender sus requerimientos pero al sentarme y comenzar a escribir sobre LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, no veo el inicio, ni el fin de los recuerdos que, en el atardecer de mi existencia, quedan en mi memoria plena de nostalgia como testimonio vivo de los bellos tiempos vividos en mi amado Yolombó. Desearía nombrar a cada uno de los yolomberos que están inmersos en lo más profundo de mi alma, pero ya saben quién es el culpable de esta involuntaria omisión.
Con una ligera mención citaré unas pocas “fincas” o” haciendas” que por diferentes circunstancias se me vienen a la mente en estos momentos: “La Felicia”, finca de Alfonso Gallego Echeverri, y según el historiador y filósofo yolombino, doctor Julio César Arroyave de la Calle, en su obra “Tradición y leyendas de San Lorenzo de Yolombó”, en los años cuarenta era el lugar donde recibía los “cachezudos” paseos de la época, finca que disfrutaron mucho sus hijas mayores, hace tiempos y al pasar al frente de la casa, la cual era de balcón, detrás de la puerta de ingreso a ella permanecía adherida una constancia de revisión de higiene y figurando como propietario mi papá, nostalgia y de la buena”.
“El Vesubio”, allí vivía la familia de Ricardo Barreneche González, esposo de Gabriela Gómez, quien entraba a mi casa a saludar a mi mamá al pasar para la iglesia, familia apreciada y bonachona, que viajó a Medellín; sin pensar que uno de sus hijos, Ricardo Barreneche Gómez, se convertiría en un popular y reconocido martillo en los remates del país y, aún del exterior, que lo hace sonar en exposiciones de equinos y vacunos, al igual que en obras de arte.
“El Rubí” de Jesús Álzate, hombre luchador, negociante y buen hacedor de fortuna; mi recuerdo hace énfasis en su yerno Benjamín Blandón Berrío, quien fue trasladado como profesor del Rubí a Yolombó y pasó a ser el Director de la “Joaquín G. Ramírez”, además profesor de quien esto escribe, acompañé a Don Benjamín en el traslado de su familia hacia Yolombó, ya que lo podía hacer en los caballos de mí papá.
“La Palmichala” de Ramón Gómez G. y de Rosario Yepes y luego de Nepomuceno y Eva Morales. Aún veo sus amplias corralejas, agradable casa de color rojo, la ternerada en encierro y la vacas preparadas para el ordeño; recuerdo llevar vacas de mi padre que, en edad de merecer, eran servidas por el toro, con temporada incluida para que parieran y, una vez sucedido el alumbramiento, las llevaría a la manga de mi casa para reemplazar las vacas de destete que, por escasez del pasto y de toro teníamos que acudir a los servicios de los Morales.
“El Ingenio” de Próspero Barreneche González y Pepa Rivera, su esposa, la más visitada en vacaciones porque era frecuentada por gente que bajaba de Medellín y de otros lugares a divertirse. sobre, los hijos del dueño se les veía en el jeep Willis y en caballos, las parrandas eran de tiro largo, poseían una casona con capacidad de albergar mucha gente; no puedo afirmar ni negar si eran ostentosos, pero sí eran Barreneches, es decir todo lo contrario; en cierta oportunidad veníamos del corregimiento La Floresta que se encontraba de fiestas, de ahí algunos fuimos invitados, no recuerdo sí era Horacio o Luis Guillermo, continuamos tomándonos unos tragos y hablando sobre Yolombó, veo muy atenta a Isolina Eisman, entre otros, hubo cama para cada uno, los Barreneches Riveras tienen el don de relacionarse bien y manejar amistades prestantes, El bacán de Luis Guillermo, se sobró en atenciones y derroche de amistad en dos oportunidades que nos encontramos con él en las Islas de San Andrés.
“La Reina” de Carlos Cañas, ubicada por los lados del Cedro, enorme montaje de molienda de panela; en una actividad del “Liceo Aurelio Mejía”, semana liceísta, nos distribuyeron por todo el campo a recoger productos que los dueños de las haciendas donaban al colegio; con mis compañeros de cuadrilla nos tocó recoger los aportes de la familia Cañas Betancur y, la encartada fue de padre y señor mío, tener que echarnos al hombro medio bulto de panela, un racimo de plátanos y otros productos “pan coger” y sacarlos a borde de carretera donde la volqueta del municipio nos recogía, ahí si hubo sudor y lágrimas.
“La Dormida”, propiedad de Oscar Velásquez Marín “El Dormido”, qué imaginación y derroche de “cacumen” para para ponerle el nombre a este predio de Barro Blanco. Como olvidar las “francachelas” y “comilonas” qué nos hacen recordar a “Baco”, con más de una amanecida incluida. Manuelito era el encargado de administrarla, avanzada la noche y con buena dosis de embellecedor encima y, en mi calidad de abogado, en conversación con él, y en voz alta le decía tener en cuenta la hora de irse al descanso, para ser tenido como tiempo extra de trabajo, a la vez le recordaba todos los demás derechos laborales que tenía habidos y por haber, el “Dormi” se reservaba enviarme el madrazo y Manuelito encantado con mi carreta y con el “Porro” obsequiado por Horacio “Síndico”, no podía contenerse de la risa y salía de su timidez, “La Dormida” se convirtió en nuestro lugar de paseo donde destruíamos el aren del gallo, con asado incluido y el siempre infaltable y embellecedor anisado.
A “Santa Ana”, en el corregimiento La Floresta, la conocí cuando era de Rafael Cano “Chicuelo” y luego de mi amigo Arnoldo Cano, máquina de panela de alta producción, anfitriones de primera clase, allí fuimos a pasar una tarde con mis hermanas mayores, es decir con las Gallegos Calle, amigas al igual que Gilberto Vélez Córdoba, mi cuñado, de mucho tiempo de los Cano.
“La Gergona” de propiedad de Pepe Gómez Múnera. Su esposa Maruja Vélez era buena amiga de mí mamá y armaban paseos con las dos familias hasta la finca, en ese entonces era demasiado lejos en razón de transitar por caminos de herradura, nos turnábamos los caballos que disponíamos, máquina de panela movida por la rueda Pelton originada en una caída del agua en cascada, bastante hermosa y provocadora; en mi caso al llegar allá me atormentaba pensar en el regreso, buena gente los Gómez Vélez.
En Yolombó ocurre lo mismo que en los demás lugares de Colombia, no necesitaron ponerse de acuerdo para que las fincas permanecieran en el tiempo en cabeza de sus descendientes:
“Barbascal”, propiedad de Perucho Ochoa, allí debía de llevar algunas vacas de mi papá para ser atendidas por el toro y pastar hasta el parto, repito, las tierras de mi papá en el pueblo debían de servir para mantener no menos de seis caballos de manera permanente, no obstante de contar con el cuido de pesebrera, más dos a tres vacas de ordeño para el consumo de la familia.
“La finca de los Ochoa”, agradable y acogedora, bien ubicada, corrales bien conservados; tengo un recuerdo no muy claro de haberse ahogado un hijo de Jairo González, farmaceuta, cuya familia se encontraba de paseo y en un descuido se cayó al baño garrapaticida. Habrá que preguntarle a “popocho” sobre la veracidad de estos hechos.
“La Trinidad” de Alejandro Molina, para el momento de visitarla se encontraba en proceso de embargo, allí le celebramos la obtención del título de abogada a la Juez de Menores, Clara; la fiesta fue gigante, entre otros asistieron Dolly Peláez, Juez Promiscua Municipal; Diego Tobón Calle, odontólogo; Jairo López, médico; Hernán Gallego Berrío, Secretario del Juzgado del Circuito; Horacio Velásquez Marín, farmaceuta; Elvia Velásquez Marín , esposa de Jairo Gallego, el susodicho; Horacio “Síndico”; Alirio Gómez, empleado de la Caja Agraria; Bernardo Giraldo Macías “Pelea”, comerciante; Judith Barrera Gallego; Gabriel Mesa Agudelo, comerciante. Otros amigos y amigas, pero se me vuelve interminable la cita. Allí desde matada de marrano, preparación de morcilla, sancocho de pezuña, y fritanga incluida. Aunque no contábamos con recreacionistas, los juegos fueron intensos y fuertes; sufrí de ver sufrir a Elvia cuando me cogieron y me introdujeron a un charco, contra mi voluntad y a las malas, sin forma de protestar por haber participado para que a otros les ocurriera lo mismo.
“La Luz” de León Londoño, negociante del Suroeste, buen hombre y mejor persona, nos atendió con marranada, yo estaba con Elvia y además con una amiga entrañable y su esposo, éstos de Medellín, María Teresa Gallego Rico, abogada, esbelta cual gacela, sabía de su belleza, conservo la amistad y con tristeza siento lo duro cómo nos trata el tiempo; en esa marranada estuvo también presente el joven universitario Sergio Ignacio Soto, actual Director de Fenalco-Antioquia, compañero de Guillermo León Londoño Ruiz en la UPB.
Hacienda “El Paraíso”, ubicada en la Estación Sofía, de propiedad de William Jaramillo Gómez y Horacio Aguilar Carrasquilla, el administrador era Guillermo Álvarez “El Pavo”; en varias oportunidades fui invitado a compartir asados y unos deliciosos Old Parr. Estar allí desbordaba mi alegría por la gran cantidad de temas que se hablaban y más aún al contar con la presencia de uno de los hombres que más he admirado, saber de su aprecio hacia este servidor y su nombre perdurará por siempre como un homenaje a su memoria.
“La Primavera”, propiedad de Francisco Gil, quienes vivían arribita de la casa de mis padres en la calle Colombia, finca con mirada única al panorama yolombino, gran productora de leche que era sacada al mercado en canecas cargadas por los caballos, por lo cerca al pueblo fueron agradables los paseos de familia, atendiendo invitación de la señora de don Pacho de apellido Gallego y tía de las Barreras.
“El Cariño”, finca trasformada en barrio del municipio, el sosiego y la calma pasaban allí, que delicia, vivían en ella Antonio Aguilar Carrasquilla, su esposa Maruja Ospina Henao y su prole, me tocaba acompañar al hombre de la cultura teatral, al actor y persona por naturaleza cívica Orlando Cadavid Gallego, buen amigo de Maruja Ospina y yo, un simple admirador de la concentración de tanta belleza, sí había que repetir acompañamiento a Orlando no tendría discusión en hacerlo.
Tantos sentimientos encontrados o contradicciones, nostalgias que hacen arrugar el alma cuando seguimos hablando de ese pasado que se convierte en presente furtivo y, ya se nos vuelve tarde para repetirlo, así recuerdo a la finca “Guamito” de Guillermo Barrera Ochoa, esposo de Rosa María Gallego, padres de mis amigos y amigas moradores perennes en mi memoria. Cuántas y cuántas veces fui allí, en condición de Whatsapp del pasado, acompañando a Darío para llevar razones a los trabajadores o como un simple Servientrega llevando droga para las reses. Casa amplia y de corredores agradables donde nos sentábamos la muchachada de los años sesenta a compartir vivencias y risas, espacio donde el producto bandera de la FLA hacía presencia, aunque las anfitrionas eran poco apetitosas en su injerencia. Cómo anécdota recuerdo un diciembre que se nos agotó el anisado y nadie hacía nada para corregir la emergencia, en forma osada, ya que el exceso de respeto de los Barreras para con su progenitor se les agotó gestión, acudí ante don Guiller, quien de inmediato nos proveyó del valioso liquido; finca productora de ganado y leche, esta era sacada en canecas a una caseta a orillas de la carretera y, era recogida por el carro “El lechero”; en cierta oportunidad Teresita Barrera, Teresita García, Luz Ángela Ocho Agudelo, Gilberto Escobar Pulgarín y quien esto escribe , nos trasladamos a pie , de charco en charco, desde “Guamito” hasta el pueblo, creo que desafiando los medios de transporte o exhibiendo el ímpetu juvenil”.
“Pocoró”, Alfonso Cortés y su esposa Ana Misas, padres de una muchachada alegre y buena gente, veo en un morro una casa amplia color naranja y unos árboles frutales en su entorno, que dicha descansar en esos corredores con Edwin Taborda y Jorge Tamayo, después de cumplir la correría en calidad de “candeleros”, acompañantes o simple solidaridad con el amigo Néstor Giraldo Macías, quien cumplía la misión de visitar a su novia Gloria; nos recibieron con jugo del inolvidable “Moresco”, que según Ligia para la época era un refresco bien estratificado y, la atención en su terruño tiene categoría, para lo cual amenaza en una nueva visita la presencia de Baco con Wiski Old Parr y en cuanto a los jugos será jugo verde preparado por su hermano Alfonso experto en el tema, ah, se escucha un tono mayor y aparece Ramiro reafirmando su lealtad con la FLA argumenta ayudar al pago de los maestros; en el jardín de “Pocoró” se confundían además de Gloria y Ligia, las hermanitas Nora, Beatriz y Patricia.
Inicialmente conocí a “Gualanday” en mi condición de abogado, que tristeza pero la embargué con título ejecutivo, la profesión lo manda, fue rematada y adjudicada a Fernando “Tocayo” Martínez, esposo de Enriqueta Pérez, negociante hábil, buena gente, enemigo de confrontaciones y conciliador por naturaleza, honrado y buena paga, su palabra era sinónimo de escritura; la finca productora de panela de calidad, una ida nuestra allí significaba viudez del gallo; veo la mulada cargando caña y el horno de la máquina en candela; la casa agradable y la atención mejor.
“El Cedro” de Bernardo Valencia Vargas, allí tuve un ganado para producir utilidades compartidas con Bernardo; lo cierto del caso, recuerdo la fiesta que hicimos cuando fuimos a marcar las novillonas, 40 ó 50, la marca era “9ª”, que significaba nueve de agosto, fecha en la cual me casé con Elvia Velásquez, mi esposa de siempre, con esto no quiero decir no ser la misma anterior; recuerdo entre los asistentes a Orlando Orozco “Pichuco”, odontólogo y su señora Marta Montoya; Jairo López, médico; Eusebio Guzmán “El Che” por aquello de haber estudiado en Argentina, preparaba unos asados únicos, médico; Eldy Luz Vásquez, médica; Jairo González, Juez del Circuito; Horacio Giraldo, Síndico del Hospital; Humberto Peláez, abogado; lógico, estaba Elvia Velásquez, mi esposa, no existe reclamos de no sacarla y menos como lo hace mi vecino Eduardo David, que sólo ha sacado a la señora las veces que la ha llevado a la Clínica Luz Castro hoy Hospital General de Medellín, lo cual coincide con el número de hijos que tienen; el estar inmerso en la política, poco distanciaba de las prácticas acostumbradas y, como tal, acababa de recibir en el “Liberalismo Jaramilista” a un activista militante del “ Guerrismo”, adquisición además valiosa por los aportes de seguidores, hablo de mi buen y recordado amigo Antonio “ El tuerto” Cañas, obrero del municipio de Yolombó. Toño quería participar de la marcada de la novillada, bienvenido a mi propio clientelismo político, y sabía que sacrificaríamos un marrano, mejor dicho un cerdo, se ofreció como matarife, no tuve reparo en aceptarlo, el quis del asunto fue que en forma desafortunada le dio la puñalada no propiamente en el corazón, error que fue corregido por los galenos asistentes, quienes no se preocuparon por salvarle la vida al “marrano”, al contrario aceleraron el fin a su existencia; lo de morcilla, asados y sancocho se los dejo a la imaginación. Mi aprecio enorme para Bernardo Valencia Vargas y su hermano Gilberto, hablar de Gilberto y nuestra amistad significaría más de una columna de estas con la respetiva censura del amigo Fernando Alzate Gómez; se me quedan en el tintero: “La Ilusión”, “Quebradona”, “El Rosario”, “La Mascota”, “La Herradura”, “La Gitana”, “Villanita”, “Mulatos”, “La Susana”, “La Siberia” y un montón de etcéteras; otra vez será en LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, porque a mí se me llevaron el espacio para seguir escribiendo.
Jairo A. Gallego Berrío
jairoalfonsogallego@hotmail.com
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