Todos tenemos una historia que contar, y todos podemos encontrar la mejor forma de hacerlo: escribirla es la más complicada.
Según mi experiencia, este ha sido uno de los principales propósitos de los talleres de escritura que surgieron como una necesidad de aprender y mejorar la calidad de lo que se escribe, talleres que ahora hay establecidos en todos los países de habla hispana, promovidos por instituciones, universidades y bibliotecas públicas.
Los talleres de escritura no son simples escuelas para formación de escritores, sino laboratorios de creación literaria. Espacios de intercambio donde se resuelven dudas, se liman inseguridades y de alguna manera se aprende a domeñar el ego. Allí, además de mejorar las habilidades de redacción, creación y composición de un texto literario, con la ayuda de otros más avezados, como profesores, directores y orientadores, también se convierten en rincones donde el eco de nuestra escritura retumba en los demás, donde nos encontramos con otros, igual de apasionados por las letras, pero también en donde afloran nuestras angustias, temores y obsesiones.
En un taller de escritura nos sentamos con personas mayores o menores que nosotros, más o menos sabias, más o menos capaces, mejores o peores, igual que ocurre con el resto de personas con las cuales nos encontramos habitualmente en todos los grupos humanos. Y esos amigos y compañeros de taller, con los cuales uno termina familiarizándose, no esperamos que sean complacientes o aduladores, sino que sean colegas críticos y a la vez estimuladores de la actividad que nos convoca y nos anima a reunirnos.
En un sentido práctico, podríamos decir que un taller de escritura es una simbiosis entre la tertulia del café y el aula de clases. Es un sitio de privilegio donde se evalúa, pero no se califica, se critica, pero no se destruye, se aprende pero también se enseña. No es para el lucimiento personal, ni para las intervenciones elocuentes, o para aprender a declamar. Es un espacio para darle rienda suelta a las tres ENES, pues de algún modo a todos los que nos gusta escribir, "somos o tenemos algo de Neuróticos, algo de Niños, y algo de Narcisos.
En los talleres de escritura se aprenden técnicas narrativas básicas, hacia el género en el que deseamos crecer como escritores. Por ejemplo, en "Amigos Creativos", de la Biblioteca Pública La Floresta, donde nos reunimos cada ocho días, por el lapso de dos horas, a veces más, estudiamos poesía, cuento, novela, relato, crónica, literatura infantil y juvenil y otros géneros, que por sus características, estos mismos talleres se han venido especializando, en otros lugares. Ya existen talleres exclusivos para poesía, cuento o novela, y oros géneros
En síntesis, en los talleres de escritura, en buena parte, he podido aprender:
1º. A mejorar la calidad de mi escritura.
Escuchando las opiniones y comentarios de los demás talleristas, y en especial las indicaciones de los profesores y de quienes los dirigen y orientan, he advertido las fallas contenidas en mis textos que, admitidas y corregidas, han servido para mejorar la calidad de lo que escribo.
2º. A encontrar el género literario en el cual me ajusto mejor.
Hay talleristas que son apasionados por la poesía, otros por la novela, el cuento, la crónica, o el ensayo, con tendencias de temas biográficos o de carácter histórico investigativo.
3º. A adoptar nuevas metodologías.
Los escritores primíparos hacemos muchas veces un uso bastante limitado de las distintas técnicas de escritura. Escribimos nuestras historias de una manera lineal, y como hemos señalado anteriormente, el problema radica en que nos faltan conocimientos en la narración relevante sobre los escenarios donde estos se mueven: no sabemos muchas veces atrapar al lector desde el comienzo para que no pierda el hilo conductor que lo lleve al nudo o punto culminante de la historia o argumento y, como en una partida de ajedrez, no sabemos cómo rematar el cuento, con un final inesperado o sorprendente para quienes nos van a leer.
Un taller de escritura nos proporciona, entonces, las herramientas necesarias para que nuestras historias dejen de ser planas y previsibles. Probablemente ya estábamos usando algunas de ellas, pero sin darnos cuenta, ahora aprendemos a usarlas de una manera consciente, valiéndonos de ellas para potenciar la narración.
4º. A leer más y, sobre todo, leer buenos escritores.
Es indudable que para ser buen escritor, se requiere necesariamente ser buen lector. Pero leemos únicamente aquello que nos gusta... Para escribir y para todo escritor hay que leer también de lo que no nos gusta. No solo debemos leer literatura, sino también filosofía, historia, política, y sobre todo poesía, ya que el escritor de prosa, encuentra en la poesía, el ritmo, el equilibrio, todo lo melódico que comprende la narrativa.
5º. Aprender a manejar las críticas.
Todos escribimos para ser leídos y eso implica que vamos a recibir críticas o comentarios a veces desagradables. Y recibir críticas no resulta fácil, porque como escritores tenemos la tendencia a considerar nuestras narraciones como parte de nosotros mismos. Si alguien critica nuestra obra asumimos que nos critica a nosotros, personalmente. Pero en el taller, he aprendido a separar el trabajo de nosotros mismos. Y esto resulta muy útil a la hora de enfrentar nuestro trabajo con los lectores, y al ojo escrutador de la crítica literaria.
6º. Animarme a participar en concursos literarios.
No con intención de ganar títulos o menciones, sino de poner a prueba lo que escribo; de someterme al riguroso examen de personas más avezadas que conforman un jurado calificador... Y no me ha ido tan mal con mis textos. Me consuela saber que Juan Carlos Onetti, en casi todos los concursos de novela en que participó, sus obras quedaron en segundo lugar y hoy esas obras son más destacadas que las que ocuparon los primeros puestos.
7º. Conocer otras personas que comparten mi pasión.
Es duro no tener muchas personas con quienes compartir nuestra afición. En la mayoría de los casos, nuestros amigos y familiares no escriben y no comparten con nosotros las alegrías que proporciona la escritura. Tampoco nos pueden ayudar o reconforta con las dificultades que encontramos al escribir. De hecho, a veces nos desmotivan y consideran que estamos perdiendo el tiempo. Un taller de escritura es como una estación de gasolina que alimenta el motor de nuestra escritura, porque participando en ellos, te sientes motivado y apoyado, y sabes que puedes llegar hasta donde decidas.
8º. Aprender, en Buena parte a escuchar.
En el taller de escritura se lee y se escucha; hay crítica y autocrítica. Crítica franca, civilizada, responsable. Se aprende a ser más observador, más atento, más respetuoso por la escritura de los demás; a mantener permanentemente a la mano una libreta de apuntes, pues uno nunca sabe en dónde nos va a asaltar la musa, a encender el bombillo sobre un tema, una frase, un aforismo, o una metáfora. He aprendido también a escuchar los silencios y manejarlos en mis textos.
9º. Aprendo a transgredir mis propios límites.
Las propuestas de escritura de los talleres y el ambiente de confianza de estar entre compañeros escritores pueden hacer que me anime a probar estilos o técnicas diferentes y arriesgadas. En mi caso la dramaturgia, o guiones para radio, cine y televisión.
10º. Me ha servido para darme a conocer.
Participar en un taller de escritura ha significado, en muchos casos, dar ese pequeño salto de escribir solo para nosotros a tener, de repente, diferentes y variados lectores. Tanto tu profesor como tus compañeros juegan ese papel y, por tanto, entras de lleno en un mundo más literario. También, en un taller de escritura alcanzas a conocer otras personas interesantes que luego pueden ser coautores contigo, montar una revista, participar en la edición de libros escritos con textos de los mismos talleristas, como el libro que ahora venimos preparando entre los participantes del taller de escritura "Amigos Creativos" de la Biblioteca pública La Floresta.
Por todo lo anterior, ante el tema inicial que se me planteaba, puedo indicar que el futuro de los talleres de escritores es promisorio, y cada vez se establecen más y más, como una necesidad paradógica y curiosa, pues cuando en la actualidad se reduce la tasa de lectores, en nuestro país, se amplía el número de escritores.
Comencé diciendo que todos tenemos una historia que contar, y termino con estas palabras, que le escuché decir en cierta ocasión a un director de un taller de escritura: "Si tienes algo que decir, escríbelo; y si no tienes nada que decir, también".
Oscar Moreno Mejía
"Amigos Creativos", Biblioteca Pública La Floresta, Medellín.
5° Encuentros de Escritores, Ciudad de Envigado, oct./2017
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