Ricardo frotó vigorosamente sus manos, tratando de infundirles calor. Tenía que controlar el miedo que le producía hablar en público, porque, de lo contrario, iba a hacer el mayor de los ridículos. Necesitaba con urgencia el dinero que le prometieron por dictar una conferencia sobre filosofía a un grupo de jóvenes preuniversitarios. El director del instituto “Cápsulas de Sabiduría” lo había convencido: ¡No jodás, Richi, no te podés negar! ¿Pa’ qué te sirvieron esos años en la Sorbona? Te apuesto que en Medellín nadie sabe de esa vaina como vos. Con frases como estas lo había comprometido y ahora estaba congelado esperando la llegada de los estudiantes. Cuando creía que el corazón iba a salírsele del pecho, le avisaron que el aforo estaba completo.
Subió a la tarima, puso cuidadosamente sobre el atril los apuntes que había llevado por si el pánico escénico le jugaba una mala broma a su memoria y saludó al público.
Efectivamente, como le informaron, en el enorme salón que hacía las veces de paraninfo había más de cien personas. Las primeras filas estaban ocupadas por jovencitos de aspecto aniñado pero con las miradas expectantes de quienes esperan un milagro que les transforme la vida. Le dolió observar que el público era mayoritariamente masculino; exceptuando tres señoras mayores que cuchicheaban en una de las filas intermedias, y que, de ninguna manera podían hacer parte del programa preuniversitario, no veía ninguna mujer en la audiencia. ¡Ah, casi salta de alegría, sí hay una, y muy linda por cierto! En la última silla estaba una muchachita. ¿16, 18 años? Esa temprana edad representaba la preciosa muñeca morena, vestida de rojo. Se propuso abordarla a la salida. ¿Joven, culta y hermosa?... tenía que ser un regalo de la diosa fortuna.
Respiró aliviado y, con inusitados bríos, inició su disertación sobre Platón. Explicó que los griegos habían empezado a filosofar hacia el año 600 a.C. y que, no obstante admirar profundamente a Sócrates, Aristóteles, Epicuro y a muchos otros, había escogido a Platón, porque el centro de gravedad de su filosofía es la ética que engendra el bien, la valentía y la justicia, valores ya degradados en su época –siglos V y IV a.C.- y casi extinguidos en el convulsionado siglo XXI que nos tocó vivir.
Su voz se afirmó totalmente al señalar que Platón aseguraba que quien llega al conocimiento de la Idea del Bien puede ser sabio y el sabio puede obrar con sabiduría, es decir, sólo el sabio puede obrar bien. De aquí se deduce que el ignorante que no sabe qué es el Bien nunca podrá obrar con sabiduría. Por eso, los más adecuados para gobernar son los filósofos, capaces de elevarse hasta el conocimiento de la Idea del Bien para llegar a ser gobernantes buenos y justos, al estar convencidos de que es peor hacer el mal que padecerlo.
Y Platón por aquí, Platón por allá, Platón viene, Platón va, hasta que Ricardo dio por finalizada la exposición.
Su ego quedó complacido con los entusiastas aplausos. Parece que no lo hice mal, pensó satisfecho, y antes de que la lindura de traje rojo se retirara, se dirigió a ella: Señorita, señorita, la de la última silla, quiero oír sus comentarios. ¿Cuál es su opinión? La muchacha no se dio por aludida y su vecino tuvo que darle un golpecito en el brazo. Oye, el doctor te está llamando. ¿A mí? ¿Por qué? Muy enojada se zafó los audífonos que colgaban de ambas orejas. ¿Y ahora qué pasó?, masculló bajito. ¡Qué maricada no poder terminar la canción de Maluma! ¡Ese triple papito que está como quiere¡ Y justo la letra que me da en toda la pepa: “Soy un devoto de la bellaquería y tu eres una bellaca de primera, de las que besan y todo delicioso, de eso que me das quedo vicioso. Ya encontré el punto donde te excitas y sientes tu calor; tiemblas y no es de susto, no controlas tus impulsos”. Estaba tan furiosa que no podía concentrarse; no entendía lo que ese flacuchento tan feo le estaba diciendo.
Ricardo repitió las preguntas y la muchacha, con aire asombrado, le respondió: ¡Ay, qué pena señor! Yo entré a escamparme. No se imagina el aguacero que caía. ¿Que qué opino? Por ahí le oí hablar de un Platón. Vea, yo vivo aquí cerquita, si quiere le consigo prestada la paila que usa mi mamá para hacer natilla.
Mercedes Guiomar Arango Gonzalez
“Amigos Creativos”, Biblioteca Pública de La Floresta, Medellín.
“Amigos Creativos”, Biblioteca Pública de La Floresta, Medellín.
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