sábado, 3 de noviembre de 2018

CONFERENCIA SOBRE PLATÓN

Ricardo frotó vigorosamente sus manos, tratando de infundirles calor.  Tenía que controlar el miedo que le producía hablar en público, porque, de lo contrario, iba a hacer el mayor de los ridículos.  Necesitaba con urgencia el dinero que le prometieron por dictar una conferencia sobre filosofía a un grupo de jóvenes preuniversitarios.  El director del instituto “Cápsulas de Sabiduría” lo había convencido: ¡No jodás, Richi, no te podés negar! ¿Pa’ qué te sirvieron esos años en la Sorbona? Te apuesto que en Medellín nadie sabe de esa  vaina como vos.  Con frases como estas lo había comprometido y ahora estaba congelado  esperando la llegada de los estudiantes. Cuando creía   que   el  corazón iba  a  salírsele del pecho,  le avisaron que el aforo estaba completo.

Subió a  la tarima,  puso  cuidadosamente sobre el atril  los apuntes que había llevado por  si el  pánico escénico le jugaba una mala broma a su memoria y  saludó al público.
Efectivamente, como le informaron,  en el enorme salón que hacía las veces de paraninfo  había más de cien personas.  Las primeras filas estaban ocupadas por jovencitos de aspecto aniñado pero con   las   miradas expectantes   de quienes   esperan un milagro que les transforme la vida.  Le dolió observar que el público era mayoritariamente masculino; exceptuando tres señoras mayores que cuchicheaban en una de las  filas  intermedias, y que, de  ninguna manera podían hacer  parte  del  programa  preuniversitario, no  veía  ninguna  mujer  en  la audiencia.  ¡Ah, casi salta de alegría, sí  hay una, y  muy linda por cierto!  En la última silla estaba una muchachita. ¿16, 18 años?  Esa temprana edad representaba la preciosa  muñeca morena, vestida de rojo. Se propuso abordarla a la salida. ¿Joven, culta y hermosa?...  tenía que ser un regalo de la diosa fortuna.

Respiró aliviado y,  con inusitados bríos, inició su disertación sobre Platón.  Explicó  que los  griegos habían empezado a filosofar hacia el año 600 a.C.  y que, no obstante admirar profundamente a Sócrates, Aristóteles, Epicuro y a muchos otros, había escogido a Platón,   porque el centro de gravedad de su filosofía es la ética que engendra el bien, la  valentía y la justicia, valores  ya   degradados   en   su   época –siglos  V  y  IV a.C.- y casi extinguidos en  el  convulsionado siglo XXI que nos tocó vivir.  

Su voz se afirmó totalmente al señalar que Platón aseguraba que  quien llega al conocimiento de la Idea del Bien puede ser sabio y  el sabio puede obrar con sabiduría, es decir, sólo el sabio puede obrar bien.  De aquí se deduce que el ignorante que no sabe qué es el Bien nunca podrá obrar con sabiduría.   Por eso, los más adecuados para gobernar  son  los  filósofos,  capaces de elevarse hasta el conocimiento de la Idea del Bien para llegar a ser gobernantes buenos y justos,  al estar convencidos de que es peor hacer el mal que padecerlo.  

Y   Platón   por   aquí, Platón   por   allá,   Platón   viene, Platón va, hasta que Ricardo dio por finalizada la exposición.

Su ego quedó complacido con los entusiastas aplausos.   Parece   que   no   lo   hice   mal, pensó satisfecho, y antes  de que la lindura de traje rojo se retirara, se dirigió a ella: Señorita, señorita,  la de la última silla, quiero oír sus comentarios. ¿Cuál es su opinión?    La muchacha no se dio por aludida y su vecino tuvo que darle un golpecito en el brazo.  Oye, el doctor te está llamando. ¿A mí?   ¿Por qué?   Muy enojada   se  zafó   los   audífonos que colgaban de ambas orejas.   ¿Y ahora qué pasó?,  masculló  bajito.   ¡Qué maricada no poder terminar la canción de Maluma!  ¡Ese triple papito que está como quiere¡  Y justo  la  letra que me da en toda la pepa:  “Soy un devoto de la bellaquería y tu eres una bellaca de primera, de las que besan y todo delicioso, de  eso que me das quedo vicioso. Ya encontré el punto donde te excitas y sientes tu calor; tiemblas y no es de susto, no controlas tus impulsos”.  Estaba tan furiosa que no podía concentrarse; no entendía lo que ese flacuchento  tan feo le estaba diciendo.  

Ricardo  repitió  las  preguntas y   la  muchacha, con   aire asombrado,    le respondió: ¡Ay, qué pena señor! Yo entré a escamparme. No se imagina el aguacero que caía.   ¿Que qué opino? Por  ahí  le  oí  hablar  de un Platón.  Vea, yo vivo aquí cerquita, si quiere le consigo prestada la paila que usa mi mamá para hacer natilla.

Mercedes Guiomar Arango Gonzalez 
“Amigos Creativos”, Biblioteca Pública de La Floresta, Medellín.

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