Querida hermana:
Siempre digo que el recuerdo que tengo de Yolombó en mis años de infancia (diría los años 55-60) es que era una aldea fría, lluviosa, sin agua y a oscuras.
El frío en las tardes, noches y madrugadas era mundial, toda la gente a esas horas era embrujada en ruanas, sacos, chales, cobijas; arrumados en las cocinas buscando el calor del fogón, tomando aguapanela o café cerrero calientes y generalmente contando historias de duendes, espantos y aparecidos que para eso sobraban contadores y testigos de los hechos, quienes a pie juntos juraban que habían visto la madremonte, el cura sin cabeza o cualquier otro de esos seres que felizmente deambulaban por nuestra villa. El problema venía después, cuando los pequeños agarrados a los mayores y alumbrados por una vela salíamos a morirnos de miedo en una cama y a orinarnos del pavor (sobretodo yo) al oír las horripilantes oraciones de doña Berta a las benditas ánimas del purgatorio o el Magnificat que más parece una descripción de un ataque de la chusma (hoy guerrilla) que una oración al Creador.
Y agua Dios misericordia, porque pueblo más lluvioso no ha conocido Colombia, día y nochemente una lluviecita continua, cansona que hacía aparecer por toda la casa múltiples vasijas que aparaban las goteras y bajo cuyo ritmo nos dormíamos y al unísono de los chorros, yo me miaba.
Cuando de pronto por las canillas salía líquido, era un agua pastosa, pantanosa, sucia y maloliente; con demasiada frecuencia mi mamá nos mandaba por agua limpia a la tambora, con un pedazo de jabón de pino, esponjas de alambre, trapos y ollas grasosas para lavarlas allí y traerlos con agua; se aprovechaba y con el mismo jabón nos bañábamos nosotros. La tambora era custodiada por un viejo moreno, cachetón, bizco, dientes de oro, traje de dril y sombrero de ala corta que se la pasaba silbando con una llave de expansión en la mano. Siempre se dijo que éste viejo era el que dañaba la bomba porque su brutalidad no le daba para más y el indefectiblemente decía que se había reventado el cigüeñal y vaya Dios y el diablo a saber qué diablos era eso. El consenso era que el desdichado viejo nos quitaba el agua para no trabajar. Otro cuento muy distinto era coger la loma de camino de piedra que ascendía hasta la casa de las Barreras en forma de eses infinitas como si fueran al cielo, con la vasija llena de agua que muchas veces por las caídas en pantanos quedaba vacías y había que regresar a llenarlas cuantas veces fuera necesario pues era preferible el cansancio y la piedra, que la ira santa de nuestra santa madrecita si no aparecíamos con el precioso líquido; al llegar a casa nos daba una naranja o una pela según el caso y …vuelva pa’ la tambora por más agua…
Con la energía era otra historia. El dueño de la CHINGAZA de la época, digamos el PUYO VASCO, era Sigifredo Velásquez (Fero) a quien mi mamá llamaba SISIFREDO, hermano de Edelmira, hijo de Cacho y autor con doña HERMINIA nada menos que de El Dormido y Horacio entre otros. El tal Fero desconectaba la planta (de la pajita) cuando por la radio iban a discursear los conservadores… y se quedó con el vicio: pues cuando se iba a beber –que era diario- cortaba un alambre… y busque al hijueputa por todas partes que indefectiblemente andaba bebiendo en cualquier cantina escondido detrás de las puertas y a echarle el cuento que conectara la luz de nuevo porque Él era el dueño del único alicate que había conocido el pueblo y lo cargaba en el bolsillo de atrás del pantalón junto con dos destornilladores; Fero siempre decía que se había dañado la chumacera de la planta y que no había arreglo posible; cuando por voluntad divina dejaba de beber volvía esa luz mortecina que malalumbraba nuestros hogares y que con sus altibajos dañaba los pocos radios de tubos que gangosamente nos informaban del mundo.
Se colige de lo anterior que para el suministro de los servicios vitales de la comunidad estábamos en manos de unos bandidos que a su antojo los ponían o los quitaban.
Se entiende ahora porqué el gobierno del VOZ DE FLAUTA de Gaviria no fue quien inventó el racionamiento. Muy bien, la conclusión es correcta: el racionamiento se inventó en Yolombó.
Mi padre que si no estaba furioso, tenía chispa y buenas salidas, cuando se le preguntaba qué había pasado con la planta de la Pajita, contestaba que había explotado, que cayeron tornillos en el Ingenio, que los estaba recogiendo Próspero Barreneche y que la chumacera en mil pedazos la vieron en Pocoró o en el alto de Méndez y que lo peor era que no aparecían ni Fero, ni el alicate para tener una infeliz esperanza.
Más tarde comenzó mi padre a averiguar si alguien sabía qué diablos era una chumacera y claro!:
-Conocían la palabra pero no sabían que era: 71%
-Habían oído la palabreja.……………………………… 20%
-La relacionaban con el apagón……………………….. 8%
-No sabe/no responde………………………………….. 1%
Si se analiza con detenimiento lo anterior, fácilmente se deduce que no fue Napoleón Franco, ni CMI, ni el Espectador, ni Invater, ni Yankelowich, ni ningún otro bolsón quien inventó las encuestas. Deducción…
P.D:
Por estos días de navidad y ante la proliferación de tantos Papás y Mamás Noel, quiero recordarte que por los años 59 ó 60 cuando nuestra hermana mayor fue preparada para reina y compitió con Gilma Rivera por el cetro, se hizo un baile en una casa vecina a la nuestra y pusieron en la portería un Viejo Noel que recibía a los invitados con alegres JO JO JO y les colocaba en el pecho un moño con cintas rojas y verdes y un pequeño ramo de pino fresco cuyo olor agradablemente ahora percibo. Muy tarde me di cuenta que no era el Noel del cuento sino el viejo cascarrabias y mariqueto de Callejas (que entre otras cosas no nos dejó entrar y que fue el primer Alfredo Barraza de que se tiene conocimiento –otro invento-) y que ahora vestido de angelito debe estar haciendo altares y echando cantaleta en el cielo.
Iniciaré una exhaustiva investigación para aclarar si el ahora Papá Noel (recuérdese que el nuestro es Viejo Noel) es el mismo que viene del polo norte o el original es el Yolombino que venía de las lomas del cancharrazo, precisamente de la vereda El Comino cuna de la familia Callejas; aunque comprendo que es un compromiso mayor que de llegar a demostrar derrumbaría una de las creencias más arraigadas u defendidas en el mundo y la ira desatada podría fácilmente destruir nuestra villa y no habría ya quien contar historias; mejor será dejar el negocio así… en la duda.
Tu hermano que no los olvida,
Medellín, 23 diciembre 1997
Néstor Giraldo Macías
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