viernes, 8 de marzo de 2019

MOTILADA


Para mí, las motiladas han sido un rito, para el cual el sujeto debe tener una preparación, como si fuera a hacer la primera comunión. No basta pues decidirse, sino que hay que definir el estilo (bajito, clarito, corte, patillas, champú, pinturas) y ese sinnúmero de actos que las veleidades de la vida, la vanidad y el orgullo, han convertido ese ritual en algo parecido a una misa de revestidos: hay que separar la cita con tiempo, llegar y esperar que le terminen los rayitos a la una o los crespos a la otra, tratar de leer una vieja revista con fotos de políticos y divas cuando eran pipiolos y pasar luego a la silla esa, te quitan las gafas, entonces no ves los improperios que te hace la estilista (Si es hombre, da lo mismo porque indefectiblemente es marica), te ponen en la nuca y un delantal de plástico apretado al cuello que talla y estorba que da miedo y a los 5 minutos te tiene las venas del cuello turgentes, la cabeza embombada y el cerebro sin conexión con la realidad. 

Comienza la jalada de pelo a 2 o 3 dedos según lo convenido y eche tijera a lo loco (Yo no he pasado a la máquina) y sin variar, entre los pelos que caen, pocos lo hacen al delantal, otros al piso y unos cuantos en el cuello, la cara y especialmente en la nariz donde comienza una piquiña y un desespero desesperante que hace emputecer a un ermitaño, pues con las manos entre el delantal y el cacao, solo puede uno sacudirse al descuido no sea que coincida con un tijeretazo o barberazo y peligre por tanto no la vida sino el corte; se trata también de desalojar el maldito pelo de la nariz soplando por la boca hacia arriba haciendo, para conseguir lo imposible, más morisquetas que Betty la fea. Los malditos pelos se quedan viviendo en uno todo el tiempo que les dé la gana, pues a los muchos días todavía se les está sacando de las orejas, el cuello, la espalda y el culo. 

Llega uno a la casa, y claro: ¡cómo te dejaron! Y va uno a ver y así es, parece que lo hubiera motilado un enemigo epiléptico y con mal de Parkinson o hubiera perdido una apuesta o mencionado la mamacita muerta a la estilista: las patillas desiguales, guardabarros disparejos, el corte de la nuca en zig-zag, pelos largos al lado de cortos y en fin, a usar cachucha por un mes, mientras crecen los benditos y pocos pelos que nos quedan. 

Las mujeres, antes de que uno les diga algo acerca de su nueva figura, llegan renegando porque esa negra se les tiró en el cabello, pues lo dejó rojo o amarillo o blanco o negro o corto o largo o o o o … nunca quedan contentas y es preciso que al mes están donde la misma malhechora, con cariñito y todo, porque son incapaces de cambiarla. 

En mi pueblo no había problemas, pues los peluqueros eran pocos y mi padre que mantenía la cabeza como un cepillo, nos enviaba cada 20 días a la podada. Íbamos donde Agudelo (Eduardo), su ayudante Gaviria y ocasionalmente donde Mellizo. Estos inventaron la Competencia con Calidad, pues sus negocios eran vecinos. Las sillas eran espectaculares, unos tronos con pasamanos de nácar, herrajes y cojines de múltiples colores. Si éramos muy pequeños colocaban una tabla sobre los descansa brazos y así nos elevábamos a sus alturas; cuando ya nos sentábamos en las sillas directamente sin tabla, pero a lo mejor sobre cojines, era porque crecíamos en estatura y en honores. 

Los peluqueros si eran masculinos, no preguntaban por estilos, sino que de una arrancaban, no conversaban sino que escasamente silbaban el Puñal Sevillano y no averiguaban por la vida de nadie. El estilo era único: pelado a los lados, patillas pulidas, guardabarros y corte en la nuca muy alto, ambos hechos con barbera que afilaban y asentaban en una correa ancha de cuero que colgaba a un lado de la silla. Al terminar, tijera, barbera y peine iban a un frasco con formol aguado; con un aspersor como una lamparita de Aladino, conectada por una manguerita a una bomba de caucho, nos aplicaban alcohol antiséptico (Loción según el vulgo) que ardía como un diablo y luego nos untaban piedra lumbre por si la tiña. El prestigio de la barbería se media por la cantidad de pelo en el piso y la barrida, por esta razón, era muy ocasional. 

BARBERÍA SOCIAL Prontitud y Aseo 

Hubo otros peluqueros como el viejo Acevedo –de mucho diente de oro en una caja de cuatro cambios- y su hijo –un narizón tomatrago que no le gustó estudiar- pero solo trabajaban sábados, domingos, ferias y primeros viernes para los Campiranos. 

Don Francisquito García, maestro emérito –autor de las vidas de Colis y Lulio-, cuyo nombre era más grande y alto que su propia estatura, tuvo entre sus artes el de ser peluquero, mandó fabricar una silla a su medida y la víctima quedaba como sentado en una bacinilla en el piso y la situación se agravaba porque el pequeño viejo era muy lento en el trabajo y parecía que cortara pelo por pelo, por lo que decidirse a caer en sus manos significaba sacar vacaciones. Al cabo de los años, tuve la oportunidad de acompañar a mi madre a su velorio, pues sin decir ni pío, cayó muerto al piso cuan corto era, aún estoy tratando de explicarle a un hijo mío que nos acompañó, porqué sobraba tanto ataúd. Dios guarde de Él. 

Varios estilos se pusieron de moda: 

1-Totuma: corte redondo alrededor de la cabeza 1-2 cms arriba de las orejas, exactamente como si le pusieran una totuma y cortaran el sobrante. 

2-Cepillo: de pronto lo impuso mi madre, porque quedábamos muy lindos pelados a los lados y chuzudos por encima, sospecho que lo hacía por economizar, pues demorábamos para volver al martirio. 

3-A lo gringo: estilo que llevó el pequinés (Benjamín Gómez) quien hacía motilar a sus hijos al rape, dejándoles un mechón arriba de la frente. 

Cosa curiosa, para la ira y la cantaleta de mi padre, siempre me gustaron las patillas largas, pienso ahora a la distancia de los años que tal vez imitaba a los héroes mexicanos como Jorge Negrete. 

Cosa más curiosa aún: mi mamá que motilaba cuanta dama se le atravesara, con las tijeras alemanas de modistería –ya no se consiguen mijo- que tenían alas de un metro y pesaban un kilo, nunca intentó hacerlo con los hijos, a los mejor fue que no hizo cuentas porque se hubiera ahorrado sus buenos denarios, aunque pienso que no lo hizo por ser una práctica maricona y nunca corrió esos riesgos. 

Saludos. 
Néstor Giraldo Macías 
Medellín, 12 Mayo de 2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario