lunes, 25 de febrero de 2019

ODONTOLOGÍA EN YOLOMBÓ




La historia de la odontología está íntimamente ligada a nuestro pueblo, y allí ocurrieron todas las etapas que tan noble y dolorosa profesión conlleva. En tiempos que ya se esconden en la memoria fue Don Jesús Gómez, el epónimo representante de este gremio; en el parque tenía su "Consultorio", muy limpio, con algunas sillas media torta y detrás de un biombo de flores, la máquina de la tortura, aparato poco sofisticado con una gran rueda que a través de unas cuerdas pasaba por medio de poleas a una "pieza de mano", el movimiento que se producía al pedalear la rueca. Hábilmente, Torquemada, manejaba el "instrumento" aquél y la imagen era más o menos así: El viejo narizón y arrugado, dándole pedal a la máquina, el paciente boquiabierto en una silla de espaldar alto y de la boca saliendo humo, gritos, pedazos de muela, saliva, sangre, desperdicios, hijueputazos y culebritas como en las caricaturas; a un lado una escupidera asquerosamente sucia y al otro un balde, donde el Dr. Jesús iba dejando caer muela por muela produciendo un sonido metálico que más tarde copiaron en la película Mash cuando sacaban balas de los heridos de guerra. 

Generalmente el oficio era sacar todas las muelas y dientes que la víctima todavía tuviera, para dejar la boca como un túnel pavimentado o como la boca de un sapo: lisa... y al mes comenzar a medirle cajas encargadas a Bello (Antes Hato viejo) con dos o más dientes de oro. Pues el tal Don Jesús a los hombres les hacía enjuagues con vinagre y agua para prevenir la hemorragia (no se usaba suturar) y a las mujeres, para el mismo fin, les hacía masajes en las tetas: -Es el remedio Señorita, para que no me le den hemorragias" Si la paciente tomaba muy a PECHO este tratamiento, era seguro que también le quitara las hemorragias que mes a mes se presentaban para su tranquilidad y la de su familia. 

Terminado este período, apareció Don Vejiga (Alfonso Henao), procedente del corregimiento de Yalì (Villa Pelaez) e instaló una máquina igual, solo que Don Vejiga era un señor muy honorable que dio lustre a nuestro terruño con su presencia. Después vino don Vicente David. Procedente de Bello, con una máquina igual, viejo hablador y borrachito a quien mi mamá le alquiló el local de la casa y allí hablaban de política todo el día, pues el hombre era Rojaspinillista hasta las cachas. Muchos años más tarde aparecieron los vendedores de cajas de dientes, también procedentes de Bello (antes también Ciudad Suárez). Llegaban con gran número de ellas en latas de manteca, se instalaban en La Espiga y el mueco de turno comenzaba a medirse una tras otra y a sonreír miràndose en un espejo, hasta que daba con la precisa "que ni mandada a hacer", de una vez se la llevaba puesta para amansarla rápido y ahí empezaba el cliente a padecer con las talladuras y peladuras que dejaban al pobre Cari-hinchado y flaco de no comer por muchos días; tenían garantía y podían cambiarse a los 8 días si no las amansaba. La revancha venía meses más tarde cuando delante de los amigos que lo conocían boque-hueco lucía una esplendorosa sonrisa de oreja a oreja, mostrando lo que muchos creían que se había tragado: el órgano de la iglesia o un piano, adornado por el fulgor de varios dientes de oro que coquetamente destellaban y enceguecìan al interlocutor. 

Por ese tiempo aparecieron los primeros odontólogos de la U. Que se vestían de blanco, usaban tapabocas y anestesia, hacían calzas, puentes y seguían sacando muelas y fueron antecesores de tu hermano, tu hijo, tíos, sobrinos, cuñados y una barra grandísima de ellos que la familia estima y agradece. 

Pero me falta, y ese era el cuento, el más cruel, sanguinario, matón, descomplicado, patirrajao y aventado de ellos; llamaba Jesús Gaviria: un viejo moreno, cachetón, mueco, de gran carriel, poncho, pantalón de dril y descalzo, que vivía en el Canalón (Casualmente en su casa se producían buñuelos para el café) y que era todero: capaba perros y terneros, curaba bestias, atendía partos de animales, criaba marranos (y también los capaba), rezaba animales enfermos y sacaba muelas a domicilio. En un carriel cargaba una navaja perica capadora que terminaba en gancho, cabuya, pita, aguja de arria, oraciones, alicate, destornillador, una manea, una soga, encendedor, tabacos, alcohol, veterina, cuchillos, en fin todo lo necesario para satisfacer sus múltiples oficios y claro está: los gatillos (uno para las piezas de arriba y otro para las de abajo). 

De ingrata recordación fue el día que mi madre, con visita en casa (Carlitos y Sra.), con un dolorcito como de 3 o 4 dientes que le sobrevivían en la quijada (o parte de abajo), pues arriba ya gozaba de caja. El dolorcito fue subiendo, también la rabiecita a pesar de 2 mejorales, más un veramón que se tomó, pero nada! Más verraco el dolor y 10 veces más verraca mi mamá, hasta que por el Internet de la época (cualquiera de los hijos), mandó llamar al torturador de la SS, quien apareció muy orondo: 

Misà Berta, como está? 

Aquí jodida Don Jesús... 

Mi pobre madre se sentó en un taburete de cuero, abrió la boca y Don Jesús comenzó a inspeccionar y emitir juicios altamente comprometedores sobre la supervivencia de las piezas, y mi pobre y adolorida madre concluyó: Fuera con ellas... Don Jesús parsimoniosamente sacó el gatillo del carriel con la mano derecha, lo limpió con la izquierda y taque! En par boliones le quitó esos 4 problemas a mi Santa madre que ya mueca era y ni siquiera chistó. -Listo misá Berta... (Aquí fue cuando se desmayó... Rocío que estaba pelando el ojo a un lado). Se pagó la visita del cirujano y mi, otra vez, Santa madre, se metió un trapo a la boca para la hemorragia. (Gracias al cielo este Jesús no aplicaba la terapia del otro Jesús, porque todavía le estábamos dando puñaleta) y salió para la cocina a seguir lavando una gallina, que con la verraquera que tenía era capaz de pelar un gallinazo con agua helada. 

Alguna vez, y por más señas, un Domingo a Don Pedro Cantizano (Cantinazo lo llamaban) patrón del ruiseñor antioqueño del cuento, lo cogió un dolor de muela en la oficina de la Caja Agraria y mientras atendía uno y otro campesino, mandó por el destructor y allí sentado en el escritorio, Don Jesús Gaviria le sacó la muela, cobró y se fue. Don Cantinazo cogió la muela y la puso sobre el escritorio y con mirada asesina la miró todo el día, cuando recogió toda la rabia que pudo, pidió al almacén una almadana, salió a la calle, puso la muela sobre una piedra y con toda la fuerza del mundo descargó la almadana sobre la muela, pulverizando en un segundo la causante de dolores por toda una eternidad: -Tomá por hijueputa... alcanzó a decir el pobre hombre antes de quedar con un aliento que le sirvió para tomarse un aguardiente. Si hay justicia, estos bárbaros deben andar en la paila mocha, donde Satán, con una fresa al rojo vivo, les hurga el culo y con unos gatillos gigantescos los cuelga de donde sabemos. 

A mi hermanita, la menor, con todo cariño, 
Medellìn, 17 marzo 1998. 
Néstor Giraldo Macías